La Operación Gladio –desarrollada por la OTAN como guerra clandestina en contra de los comunistas durante la Guerra Fría– tejió una red de complicidades en Europa. Al descubierto, la coordinación que el Allied Clandestine Committee efectuó respecto de las redes stay-behind en Bélgica, Dinamarca, Francia, Alemania, Italia, Luxemburgo, Holanda, Noruega, Gran Bretaña y Estados Unidos. Pese a las evidencias, la alianza militar atlántica niega la existencia de los ejércitos clandestinos
SOCIOS | BASILEA (SUIZA)
Cuarta parte
En forma paralela al Comité de Planificación y Coordinación (CPC) –como se le renombró al Clandestine Committee of the Western Unión–, un segundo puesto de mando secreto que funcionaba como un cuartel general stay-behind fue creado por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) a principios de la década de 1950 bajo el nombre de Allied Clandestine Committee (ACC).
Al igual que el CPC, el ACC estaba en contacto directo con el comandante en jefe de la zona Europa, el supreme allied commander europe (saceur). Éste, a su vez, estaba bajo control estadunidense. Según las conclusiones de la investigación parlamentaria belga sobre la Operación Gladio, el ACC fue creado en 1955 y se encargó de “la coordinación de las redes stay-behind en Bélgica, Dinamarca, Francia, Alemania, Italia, Luxemburgo, Holanda, Noruega, Gran Bretaña y en Estados Unidos”. Según el informe sobre la investigación belga, en tiempo de paz, las funciones del ACC “incluían la elaboración de directivas destinadas a la red, el desarrollo de sus capacidades secretas y el establecimiento de bases en Gran Bretaña y Estados Unidos.
En caso de guerra, se suponía que debía preparar acciones stay-behind (ejércitos secretos) conjuntamente con el Supreme Headquarters Allied Powers Europe (SHAPE); a partir de ahí, “los organizadores tenían que activar las bases clandestinas y preparar las operaciones”. El comandante del Gladio italiano, el general Inzirelli, afirma que “las relaciones en el seno del ACC eran totalmente diferentes” a las que existían en el CPC. “La atmósfera era claramente más relajada y amigable que en el CPC”. El ACC, fundado en cumplimiento de “una orden expresa del saceur al CPC”, al parecer “se convirtió en una ramificación” de este último.
Parece que ese organismo sirvió sobre todo como un foro donde se compartía la experiencia del Gladio entre los jefes de los servicios secretos: “El ACC era un comité esencialmente técnico, un foro donde uno podía intercambiar información y experiencias, mencionar los medios disponibles o en estudio, compartir sus conocimientos sobre las redes, etcétera”. El general Inzirelli recuerda: “Nos hacíamos favores mutuamente. Cada uno de nosotros sabía que si le hacía falta un experto en explosivos, en telecomunicaciones o en represión para una operación, podía dirigirse sin problemas a un colega extranjero ya que los agentes habían recibido el mismo entrenamiento y utilizaban el mismo tipo de equipamiento”.
Los radiotransmisores llamados Harpoon eran parte del equipamiento de todos los miembros del ACC. La firma alemana AEG Telefunken los había concebido y fabricado a mediados de la década de 1980, por orden del comité de dirección de Gladio, a 130 millones de marcos, para reemplazar un sistema de comunicaciones que se había hecho obsoleto. El sistema Harpoon podía transmitir y recibir mensajes radiales codificados a una distancia de 6 mil kilómetros, permitiendo así la comunicación entre las redes stay-behind que se encontraban a ambos lados del Atlántico. “El único equipamiento que tienen en común todos los miembros del ACC es el famoso radiotransmisor Harpoon”, reveló Van Ussel, un miembro del Gladio belga que había utilizado ese equipo personalmente en la década de 1980, cuando era un miembro activo de la organización.
Según Van Ussel, “ese sistema se utilizaba regularmente para transmitir mensajes entre las bases y los agentes (en particular durante los ejercicios de comunicación por radio), pero estaba destinado sobre todo a la transmisión de información de inteligencia en caso de ocupación”. El ACC disponía de bases en todos los países europeos, incluyendo una en el Reino Unido. Desde esas bases se podían activar y dirigir las unidades presentes en los territorios ocupados. Al parecer, el ACC editaba manuales destinados a los miembros de Gladio. Estos manuales indicaban los procedimientos comunes a seguir en la realización de acciones clandestinas, las comunicaciones radiales codificadas y el salto de frecuencia, así como el abastecimiento por vía aérea y los aterrizajes.
El ACC tenía un sistema de presidencia rotativa con un mandato de dos años. En 1990, dicha presidencia estaba en manos de Bélgica. La reunión del ACC que tuvo lugar durante los días 23 y 24 de noviembre se desarrolló bajo la presidencia del general de división Raymond Van Calster, jefe del SGR, los servicios secretos militares belgas. El general Inzirelli recordó que “al contrario del CPC, el ACC no tenía una dirección establecida y permanente. La presidencia del comité se asumía por dos años y rotaba entre todos los miembros por orden alfabético”. Por esa razón, el ACC no estaba sometido “al mismo dominio de las grandes potencias”. Inzirelli afirmó que él prefirió trabajar en el ACC en vez de hacerlo en el CPC, bajo control de los estadunidenses: “Tengo que reconocer, por haberlo presidido yo mismo durante dos años, que el ACC era un comité verdaderamente democrático”.
OTAN niega la guerra clandestina
En el marco de toda investigación exhaustiva sobre la Operación Gladio y las redes stay-behind, salta a la vista la importancia de las transcripciones y grabaciones de las reuniones del CPC y del ACC como fuentes esenciales. Desgraciadamente, a pesar de los años transcurridos desde el descubrimiento de esa red altamente secreta, las autoridades de la OTAN se han limitado, al igual que en 1990, a oponer el silencio o el rechazo a las exigencias del público en ese sentido. Al realizar nuestra propia investigación, durante el verano de 2000, cuando nos pusimos en contacto con el servicio de archivos de la OTAN para solicitar acceso a informaciones suplementarias sobre Gladio, esencialmente sobre el CPC y el ACC, recibimos la siguiente respuesta: “Después de haber verificado en nuestros archivos, no existe huella alguna de los comités que usted menciona”.
Cuando insistimos, el servicio de archivos nos respondió: “Le confirmo nuevamente que los comités que usted menciona nunca han existido en el seno de la OTAN. Además, la organización que usted llama ‘Gladio’ nunca ha formado parte de la estructura militar de la OTAN”. Llamamos entonces al Buró de Seguridad de la OTAN, pero nunca pudimos hablar con su director. Ni siquiera pudimos conocer su identidad, clasificada como “confidencial”. La señora Isabelle Jacobs nos informó que era altamente improbable que lográsemos obtener respuestas a nuestras preguntas sobre un tema tan sensible como el Gladio y nos aconsejó que transmitiéramos nuestro pedido por escrito a través de la embajada de nuestro país de origen.
Fue así que, después de que la Misión Suiza de Observación en Bruselas transmitiera a la OTAN nuestras preguntas sobre el caso Gladio, el embajador de Suiza Anton Thalmann nos respondió que sentía informarnos que “ni yo ni mi personal tenemos conocimiento de la existencia de los comités secretos de la OTAN que menciona usted en su carta”. Nuestras preguntas eran: “¿Cuál es el vínculo entre la OTAN, el CPC y el ACC? ¿Qué papel desempeñan el CPC y el ACC? ¿Qué vínculo existe entre el CPC, el ACC y el Buró de Seguridad de la OTAN?” El 2 de mayo de 2001 recibimos una respuesta de Lee McClenny, director del servicio de prensa y comunicación de la OTAN.
En su carta, McClenny afirmaba que “ni el ACC ni el CPC aparecen en la documentación de la OTAN, confidencial o no, que he consultado”. Y agregaba: “Además, no he podido encontrar a nadie que trabaje aquí que haya oído hablar de esos comités. Ignoro si tales comités han existido alguna vez en la OTAN, lo que sí es seguro es que no es el caso hoy en día”. Nuevamente insistimos y preguntamos: “¿Por qué el vocero de la OTAN Jean Marcotta negó categóricamente, el 5 de noviembre de 1990, todo vínculo entre la OTAN y el Gladio, palabras que fueron desmentidas dos días después por un segundo comunicado?” La respuesta de Lee McCleny fue: “No estoy al corriente de la existencia de vínculos entre la OTAN y la Operación Gladio. Además, no encuentro a nadie con el nombre de Jean Marcotta en la lista de voceros de la OTAN”. Se mantenía el misterio.
Opacidad y abusos de la CIA
La CIA, la agencia de inteligencia más poderosa del mundo, no se mostró más inclinada a cooperar que la mayor alianza militar del mundo si se trataba de abordar la delicada cuestión del Gladio y de los ejércitos stay-behind. Fundada en 1947, dos años antes de la creación de la OTAN, la principal tarea de la CIA durante la Guerra Fría consistió en combatir el comunismo a lo largo y ancho del planeta mediante la realización de operaciones secretas, cuyo objetivo era extender la influencia de Estados Unidos. El presidente Nixon indicó una vez que “acciones clandestinas” eran para él “aquellas actividades que, aunque están destinadas a favorecer los programas y políticas de Estados Unidos en el extranjero, se planifican y ejecutan de forma tal que el público no vea en ellas la mano del gobierno americano”.
Historiadores y analistas políticos han descrito posteriormente de forma detallada la manera como la CIA y las Fuerzas Especiales estadunidenses influyeron en la evolución política y militar de numerosos países de América Latina, mediante guerras secretas y no declaradas. Entre los hechos más destacados podemos citar el derrocamiento del presidente guatemalteco Jacobo Arbenz, en 1954; el fracasado desembarco en Bahía de Cochinos, en 1961, que debía provocar la destitución de Fidel Castro; el asesinato de Ernesto Che Guevara en Bolivia, en 1967; el golpe de Estado contra el presidente chileno Salvador Allende, y la instalación en el poder del dictador Augusto Pinochet, en 1973; así como el financiamiento de los contras en Nicaragua, después de la Revolución Sandinista de 1979.
Además de esas acciones en el continente suramericano, la CIA intervino también en numerosas ocasiones en Asia y en África, derrocando el gobierno de Mossadegh en Irán, en 1953; apoyando la política de apartheid en Sudáfrica, lo cual condujo al encarcelamiento de Nelson Mandela; ayudando a Bin Laden y Al-Qaeda en Afganistán, durante la invasión soviética de 1979; y apoyando al líder khmer rojo Pol Pot desde la bases que había conservado en Cambodia, después de la derrota estadunidense en Vietnam, en 1975. Desde un punto de vista estrictamente técnico, el departamento de operaciones secretas de la CIA corresponde a la definición de organización terrorista que hace el Federal Bureau of Investigation (FBI). El “terrorismo” es, según el FBI, “el uso ilegal de la fuerza o de la violencia contra personas o bienes con el fin de intimidar y obligar a un gobierno, una población civil o un segmento de esta última a perseguir ciertos objetivos políticos o sociales”.
A mediados de la década de 1970, cuando el Congreso de Estados Unidos descubrió que la CIA y el Pentágono habían extendido sus propios poderes casi más allá de todo control, sobrepasándolos incluso en numerosas ocasiones, el senador estadunidense Frank Church hizo, con bastante buen tino, el siguiente comentario: “La multiplicación de los abusos cometidos por nuestros servicios de inteligencia es reveladora de un fracaso más general de nuestras instituciones fundamentales”. El senador Church presidía una de las tres comisiones del Congreso que recibieron la misión de investigar los actos de los servicios secretos estadunidenses y cuyos informes, presentados a mediados de la década de 1970, constituyen hoy en día una referencia autorizada en lo tocante a las guerras secretas de Washington.
Sin embargo, el impacto de las investigaciones del Congreso estadunidense fue limitado y los servicios secretos siguieron abusando de sus prerrogativas, con el apoyo de la Casa Blanca, como quedó demostrado durante el escándalo del Irángate, en 1986. Aquello llevó a la historiadora Kathryn Olmsted a plantearse la siguiente “pregunta crucial”: “¿Por qué, después de haber emprendido su investigación, la mayoría de los periodistas y miembros del Congreso renunció a desafiar al gobierno secreto?”
Mientras se desarrolla en Estados Unidos el debate sobre la existencia o no de un “gobierno de la sombra”, el fenómeno Gladio prueba que la CIA y el Pentágono han operado repetidamente fuera de todo control democrático durante la Guerra Fría, e incluso después del derrumbe del comunismo, sin tener nunca que rendir cuentas sobre sus intrigas. Durante una entrevista concedida a la televisión italiana en diciembre de 1990, el almirante Stanfield Turner, director de la CIA de 1977 a 1981, se negó a hablar del escándalo Gladio. Cuando los periodistas, que tenían en mente la gran cantidad de víctimas de los numerosos atentados perpetrados en Italia, trataron de insistir, el exjefe de la CIA se quitó el micrófono con furia y gritó: “¡Dije que cero preguntas sobre Gladio!”, poniendo así fin a la entrevista.
Miembros de la CIA reconocen Gladio
Exoficiales de la CIA de menos rango aceptaron hablar de los secretos de la Guerra Fría y de las operaciones ilegales de la agencia estadunidense. Entre ellos, Thomas Polgar, quien se retiró en 1981, al cabo de 30 años de servicio. En 1991, Polgar prestó testimonio contra la nominación de Robert Gates a la cabeza de la CIA, reprochándole el hecho de haber enmascarado el escándalo del Irángate. Interrogado sobre los ejércitos secretos en Europa, Polgar explicó, refiriéndose implícitamente al CPC y al ACC, que la coordinación de los programas stay-behind estaba en manos de “una especie de grupo de planificación de guerra no convencional vinculado a la OTAN”.
En sus cuarteles generales secretos, los jefes de los ejércitos secretos nacionales “se reunían cada dos o tres meses, siempre en una capital diferente”. Polgar subraya que “cada servicio nacional lo hacía con mayor o menor celo”, aunque admite que “en la década de 1970 en Italia, algunos fueron incluso más lejos de lo que exigía la carta de la OTAN”. El periodista Arthur Rowse, excolaborador del Washington Post, dio a conocer “las lecciones de Gladio” en un ensayo dedicado al tema: “Mientras el pueblo estadunidense siga ignorando todo ese oscuro capítulo de las relaciones exteriores de Estados Unidos, eso no incitará realmente a las agencias responsables de esta situación a cambiar de comportamiento. El fin de la Guerra Fría no cambió gran cosa en Washington. Estados Unidos (…) sigue esperando con impaciencia un verdadero debate nacional sobre los medios, los objetivos y los costos de nuestras políticas federales de seguridad”.
Especializados en el estudio de las operaciones clandestinas de la CIA y de los secretos de la Guerra Fría, los investigadores del instituto privado e independiente de investigación National Security Archive, de la universidad George Washington, presentaron a la CIA, el 15 de abril de 1991, un pedido basado en la Freedom of Information Act (Foia). Según los términos de esta ley sobre la libertad de información, todos los servicios del gobierno estadunidense están obligados a justificar ante la ciudadanía la legalidad de sus actos. Malcolm Byrne, vicedirector de investigación del National Security Archive, solicitaba a la CIA el acceso a “todos los archivos vinculados (…) a las decisiones del gobierno estadunidense, tomadas probablemente entre 1951 y 1955, sobre el financiamiento, el apoyo o la colaboración con todo ejército secreto, con toda red o con cualquier otra unidad, creados con el objetivo de resistir ante una posible invasión de Europa occidental por parte de potencias bajo dominio comunista o de realizar operaciones de guerrilla en países de Europa occidental ante la hipótesis de que éstos se encontraran bajo el control de partidos o de regímenes comunistas, de izquierda o que gozaran del apoyo de la Unión Soviética”.
Byrne agregaba: “Le ruego que incluya usted en su búsqueda todo documento que mencione actividades conocidas bajo el nombre de ‘Operación Gladio’, en particular en Francia, en Alemania y en Italia”. Byrne precisaba, con toda razón, que “todos los documentos obtenidos como consecuencia de este pedido ayudarán a dar a conocer al público la política exterior de Estados Unidos en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, así como el impacto del conocimiento, análisis y adquisición de datos de inteligencia en la política estadunidense de la época”. Pero la CIA se negó a cooperar, y el 18 de junio de 1991, presentó la siguiente respuesta: “La CIA no puede confirmar ni negar la existencia o la inexistencia de archivos que respondan a los criterios de su pedido”. Byrne trató de reclamar ante la negativa de la CIA a proporcionarle información sobre Gladio, pero su gestión fue impugnada.
La CIA fundamentó su negativa a cooperar invocando dos dispensas que permiten bloquear la aplicación de la ley sobre la libertad de información y que sirven prácticamente para cubrir cualquier cosa ya que excluyen cualquier documento “clasificado como confidencial en virtud de una decisión tomada por el Ejecutivo en interés de la defensa nacional o de la política exterior” (Dispensa B1) o a título de las “obligaciones inherentes al estatus del director de proteger la confidencialidad de las fuentes y métodos de inteligencia, tales como la organización, las funciones, nombres, títulos oficiales, ingresos y número de los empleados de la agencia, conforme a la National Security Act de 1947 y a la CIA Act de 1949” (Dispensa B3).
Los responsables europeos no navegaron con más fortuna cuando trataron de enfrentarse al gobierno secreto. En marzo de 1995, una comisión del Senado italiano presidida por Giovanni Pellegrino, comisión que había realizado una investigación sobre Gladio y sobre los atentados perpetrados en Italia, presentó a la CIA un pedido Foia. Los senadores italianos pedían acceso a todos los archivos vinculados a las Brigadas Rojas y al secuestro de Aldo Moro para aclarar si, en el marco de su programa de intromisión en los asuntos de Italia, la CIA había infiltrado el grupo terrorista de extrema izquierda antes de que éste asesinara al exprimer ministro italiano y líder de la democracia cristiana italiana Aldo Moro, en 1978.
La CIA se negó a cooperar y rechazó, en mayo de 1995, todos los pedidos de acceso presentados, agregando que dicho rechazo “no confirmaba ni negaba la existencia o la inexistencia en los archivos de la CIA de los documentos solicitados”. La prensa italiana subrayó lo embarazoso de aquel rechazo y tituló: “La CIA rechaza pedido de asistencia de la comisión parlamentaria. Secuestro de Moro, secreto de Estado en Estados Unidos”.
El segundo pedido de información sobre Gladio, proveniente de un gobierno europeo, fue presentado a la CIA por el gobierno de Austria en enero de 2006, como consecuencia del descubrimiento de varios escondites de armas “altamente secretos” que la CIA había preparado para el Gladio en montañas y bosques de aquel país, a pesar de la neutralidad de Austria. Representantes del gobierno estadunidense respondieron que Estados Unidos correría con los gastos ocasionados por el desenterramiento y la recogida del equipamiento de las redes. La investigación austriaca estuvo a cargo de los servicios del ministro del Interior Mickael Sika, quien presentó su informe final sobre los depósitos de municiones de la CIA el 28 de noviembre de 1997 al declarar: “No es posible llegar con certeza a ninguna conclusión en lo tocante a los escondites de armas y el uso al que estaban destinadas”.
Por lo tanto: “Para aclarar totalmente el caso, sería necesario disponer de los documentos vinculados a éste, especialmente los que se encuentran en Estados Unidos”. Un miembro de la comisión, Oliver Rathkolb, de la Universidad de Viena, presentó entonces un pedido con base en la Foia cuyo objetivo era obtener acceso a los archivos de la CIA. Pero en 1997, el comité de divulgación de la agencia opuso un nuevo rechazo que invocaba nuevamente las dispensas B1 y B3, dejando así a los austriacos con la amarga impresión de que la CIA no estaba obligada a rendir cuentas ante nadie.
Siendo ésta la única posibilidad de obtener acceso a los archivos vinculados al Gladio, nosotros mismos presentamos a la CIA un pedido Foia el 14 de diciembre de 2000. Dos semanas más tarde, recibimos una respuesta evasiva a nuestro pedido vinculado a la Operación Gladio: “La CIA no puede confirmar ni negar la existencia o la inexistencia de documentos que correspondan a su pedido”. Al invocar las dispensas restrictivas B1 y B3, la coordinadora encargada de la información y de las cuestiones vinculadas al respeto de la vida privada, la señora Kathryn I Dyer, nos negó el acceso a las informaciones sobre la Operación Gladio. Nosotros hicimos oposición a aquella decisión y señalamos que: “Los documentos retenidos deben publicarse en virtud de la ley Foia sobre la libertad de expresión, ya que las cláusulas B1 y B3 sólo pueden aplicarse a las operaciones de la CIA que siguen siendo secretas”.
Seguidamente demostrábamos que el Gladio no se encontraba ya en ese caso, precisando los datos que ya habíamos recogido anteriormente durante nuestras investigaciones, y concluimos: “Si usted, señora Dyer, invoca en este contexto las cláusulas restrictivas B1 y B3, está usted privando a la CIA de la posibilidad de expresarse sobre informaciones relativas al caso Gladio, [informaciones] que de todas maneras serán reveladas, decida o no la CIA intervenir”.
En febrero de 2001, la CIA nos respondió: “Su apelación ha sido aceptada y se tomarán disposiciones para que la examinen los miembros del comité de divulgación de la agencia. Usted será informado de la decisión que se tome”. Al mismo tiempo, la CIA precisó que aquella comisión procesaba los pedidos en función de la fecha en que habían sido presentadas y que “en este momento, tenemos alrededor de 315 apelaciones por examinar”. Nuestro pedido sobre la red Gladio quedaba así en espera, debajo del montón. En el momento en que redactamos este libro (Nato’s secret armies), la comisión seguía sin dar respuesta.
Después de la OTAN y la CIA, la tercera organización en orden de importancia implicada en la operación stay-behind era el MI6 británico (Servicio Secreto). En 1990, el MI6 no adoptó posición alguna sobre el caso Gladio, debido a una legendaria obsesión por el secreto. La existencia misma del MI6 no fue admitida oficialmente hasta 1994, con la publicación de la Intelligence Services Act, que estipulaba que la misión de ese servicio consistía en obtener información de inteligencia y ejecutar acciones secretas en el extranjero.
Mientras que el Ejecutivo británico y el MI6 se negaban a hacer cualquier comentario, Rupert Allason, miembro del partido conservador, redactor del Intelligence Quarterly Magazine bajo el seudónimo de Nigel West y autor de varios libros sobre los servicios británicos de seguridad, confirmó, en noviembre de 1990, en pleno apogeo del escándalo Gladio y en una entrevista telefónica concedida a la Associated Press: “Estábamos, y seguimos estando todavía, fuertemente implicados (…) en esas redes”.
West explicó que Gran Bretaña “participó, claro está, junto a los estadunidenses, en el financiamiento y la dirección” de varias redes y que también participaba en el marco de la colaboración entre el MI6 y la CIA: “Son las agencias de inteligencia británicas y estadunidenses las que dieron origen al proyecto”. West afirmó que, a partir de 1949, el accionar de los ejércitos stay-behind había sido coordinado por la Estructura de Comando y Control de las Fuerzas Especiales de la OTAN, en cuyo seno, el Special Air Service (SAS) desempeñaba un papel estratégico.
“La responsabilidad de Gran Bretaña en la creación de las redes stay-behind en toda Europa es absolutamente fundamental”, reportó la BBC, con cierto retraso, en su edición vespertina del 4 de abril de 1991. El presentador de noticias John Simpson acusó al MI6 y al Ministerio de Defensa británico de no divulgar toda la información que tenían sobre el tema en momentos en que las revelaciones sobre Gladio han provocado que se descubriera la existencia de ejércitos stay-behind en otros países europeos –en Bélgica, Francia, Holanda, España, Grecia y Turquía. Hasta en países neutrales como Suecia y Suiza–. La cuestión dio lugar a un debate público. En ciertos casos se han abierto investigaciones oficiales.
“En cambio, nada se ha hecho todavía en Gran Bretaña. Sólo hemos tenido los acostumbrados comunicados del Ministerio de Defensa que no quiere comentar las cuestiones de seguridad nacional”. Simpson declaró que después de la caída del Muro de Berlín, los británicos habían podido conocer, con una mezcla de horror y fascinación, los complots y las operaciones de terrorismo urdidos por la Stasi, la Securitate y otros servicios secretos de Europa oriental. “¿Es posible que nuestro bando haya cometido actos comparables? ¡Nunca!”, comentó con ironía antes de llamar la atención hacia los servicios de seguridad de Europa occidental: “Pero ahora empiezan a aparecer informaciones sobre los abusos que pudieran haber cometido la mayoría de los servicios secretos de los miembros de la OTAN”.
Fuerzas clandestinas en toda Europa
En Italia, una comisión parlamentaria recibió la misión de investigar las acciones de un ejército secreto creado por el Estado con el objetivo de resistir en caso de invasión soviética. La investigación ha permitido descubrir la existencia de fuerzas armadas clandestinas similares en toda Europa. Pero el grupo italiano, conocido bajo el nombre de Gladio, es sospechoso de haber participado en una serie de atentados terroristas”.
La BBC no logró obtener de los responsables del gobierno ninguna reacción sobre el escándalo Gladio. La confirmación oficial de la implicación del MI6 sólo llegó años más tarde y en un contexto más bien sui generis: en un museo. En julio de 1995, se inauguró en el Imperial War Museum de Londres una nueva exposición permanente titulada “Las guerras secretas”. “Todo lo que usted puede ver en esta exposición es parte de los secretos mejor guardados de este país”, se aseguraba a los visitantes en la entrada. “Por vez primera se revelan al público. Y lo más importante, todo es verídico… la realidad es mucho más increíble y apasionante que la ficción”.
En una de las vitrinas dedicadas al MI6, un discreto comentario confirmaba que: “Los preparativos con vistas a una Tercera Guerra Mundial incluían la creación de comandos stay-behind equipados para operar detrás de las líneas enemigas en caso de invasión soviética en Europa occidental”. En la misma vitrina se exhibía una gran caja llena de explosivos con la siguiente explicación: “Explosivos concebidos especialmente por el MI6 para ser escondidos en territorios susceptibles de pasar al enemigo. Podían mantenerse enterrados durante años sin sufrir la menor alteración”.
Junto a un manual sobre técnicas de sabotaje destinado a los comandos stay-behind se podía leer: “En la zona británica de ocupación en Austria, oficiales de la Marina Real fueron destacados especialmente para preparar escondites de armas en regiones de montaña y colaborar con agentes reclutados en el terreno”.
Varios exoficiales del MI6 interpretaron aquella exposición como una señal de que podían hablar en adelante sobre la Operación Gladio. Meses después de la inauguración, los exoficiales Giles y Preston, ambos de la Marina Real, los únicos agentes del MI6 cuyos nombres se mencionaban en la exposición junto a una fotografía tomada “en los Alpes austriacos, 1953-1954”, confirmaron al escritor Michael Smith que a finales de la década de 1940 y principios de la década de 1950 estadunidenses y británicos habían reclutado unidades stay-behind en Europa occidental en previsión de una invasión soviética.
Giles y Preston fueron enviados a Fort Monckton, no lejos de Portsmouth, en Inglaterra, donde los miembros del Gladio compartían el entrenamiento de los hombres de SAS (fuerzas especiales británicas) bajo la dirección del MI6. Se les entrenaba en codificación [de mensajes], uso de armas de fuego y operaciones secretas. “Teníamos que hacer ejercicios, salir en medio de la noche y simular voladuras de trenes sin que nos descubriera el jefe de la estación de trenes”, recuerda Preston. “Nos acercábamos a rastras y hacíamos como si pusiéramos cargas explosivas en el lado derecho de la locomotora”.
Giles recuerda haber participado en operaciones de sabotaje contra trenes británicos en servicio como, por ejemplo, el ejercicio que tuvo lugar en la estación de Eastleigh: “Poníamos ladrillos en las locomotoras para simular las cargas de explosivo plástico. Recuerdo hileras e hileras de vagones enteramente recubiertos de una espesa capa de nieve, detenidos en medio de las nubes de vapor. Había patrullas de soldados con perros. En un momento dado, los guardias se acercaron. Tuve entonces que esconderme entre los cilindros de las locomotoras y esperar que pasaran. También quitábamos la tapa de los tanques de aceite de los ejes para echarles arena. Como consecuencia [los ejes] se recalentaban al cabo de algunas decenas de kilómetros”.
A los dos agentes no parecía preocuparles que se tratara de trenes públicos en servicio: “No era problema mío”, explicó Giles, “sólo estábamos jugando. Yo tuve que recorrer Greenwich durante 10 días para aprender a cumplir misiones de seguimiento de personas y a despistar a quienes estuviesen siguiéndome a mí, la realidad concreta de la labor del espía”, cuenta Preston. Posteriormente, los dos agentes fueron enviados a Austria con la misión de reclutar agentes y entrenarlos y supervisaron la red de “búnkeres subterráneos llenos de armas, ropa y material” que montaban “el MI6 y la CIA” para uso del Gladio austriaco. Al visitar el cuartel general del MI6 al borde del Támesis, en Londres, en 1999, no fue una sorpresa enterarse de que el MI6 tiene por regla no hablar nunca de secretos militares.
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